La Cruzada De Los Niños: Memoria, Actualidad Y Guiños Históricos

Mientras la actriz Manuela Martelli nombra allí mismo a los actores por sus nombres propios o sus chapas: Guille (que en realidad es José Manuel Aguirre), Pinilla de quien se dice su apellido (como en el colegio chileno en el que los varones solíamos -no sé cómo será ahora- llamarnos por el apellido), Dani que en realidad se llama Daniel Gallo. Brunner, José Joaquín. «Esta frágil materia suspendida». Simplemente porque son esos sistemas semióticos los que son percibidos directamente por el espectador y porque además son ellos los que constituyen el sentido creativo más allá incluso de las ideas prearmadas que pueden estar en la base de los textos materiales y espectaculares, en los que se vehicula fenomenológicamente lo teatral. Echando mano a la determinación conceptual de Pierre Baqué, para quien la investigación en artes -que yo extiendo al teatro- se diferencia entre una investigación sobre las artes, en cuyo caso el objeto de estudio existe, está allí a los ojos del investigador; de una segunda que él entiende como una investigación por las artes, la que concierne a aquellos que pertenecen al mundo del arte, más particularmente a la creación artística y finalmente de una investigación en artes que vincula las dos anteriores, me permito una mirada crítica, que imaginando un espectador desde la tercera definición, exponga sus sensaciones intelectuales, gatilladas por una puesta en escena como la que nos ocupa.

El guacho malherido evoca a su vez a su padre y a su madre, a los que decían ser su padre y su madre, al Willy, al del labio leporino, a aquel que será también maltratado, quizás como una manera de expiar sus propios sufrimientos. Permítaseme una nueva anécdota muy personal: la perra de mi hijo llamada Chiquitina, guacha por antonomasia, quiltra chilena, recogida de la calle, adoptada por el más banal, elocuente y gratuito cariño por los animales, dice cada vez que la tomo en brazos (a través de mi boca evidentemente): yo le decía hola padre, al que decía ser mi padre. Entrecruzamiento entre la pequeña, dramática y hasta cruel historia de unos niños inmersos a regañadientes por entremedio de los recovecos y purgatorios urbanos; la historia como alucinación colectiva de Occidente y la memoria comunitaria, de un Tercer Mundo que resuelve su percepción desviada del presente, al no ver lo que es aquí lo más evidente: la pobreza, la prostitución, el abuso, sin detenerse, muchas veces en el hecho de que ahí hay también solidaridad y cariño derramado en medio del abandono.

Todo ello es remarcado por el hecho de que tal juego es practicado corporal y activamente: el actor-personaje se sube literalmente encima de algún espectador, le grita a los otros personajes que llegó tal o cual tío (que es como suelen llamarle los niños a los mayores en Chile), le tira la pelota para que la reciba y la devuelva. Así, sin más, la obra La cruzada de los niños -cuya puesta en escena le pertenece a un trabajo inserto en el marco del Laboratorio Teatral de la Escuela de Teatro de la Pontificia Universidad Católica de Chile bajo la dirección de Macarena Baeza de la Fuente y su texto a Marco Antonio de la Parra- nos plantea, desde el inicio, un entrecruzamiento consistente y abierto a distintas dimensiones de la cultura. Esto porque la obra misma, aquella convención que tiene un punto de partida cuando se apagan las luces y se abre el telón (asunto convencional que ha sido, por lo demás, desarmado de muchas maneras en el teatro contemporáneo), acá no existe. Simplemente porque ese momento desborda la obra misma, aunque paradójicamente es una introducción a ciertos guiños biográficos de las personalidades del elenco y del equipo que arma la producción a través de la proyección en una pantalla instalada en el fondo del escenario, de fotografías de sus distintas infancias y juventudes.

La aparición de dichas fotografías es la primera entrada en la historia personal, no solo de los actores, sino de todo el equipo que ha participado en la representación: acá Macarena Baeza, Sara Pantoja y Daniel Gallo, allá Ramón López, Mario Costa y Carlos Espinoza por nombrar solo algunos. Sigo para ello la estructura, no solo de la puesta en escena, sino también de los prolegómenos que se instalan mientras el público está llegando y acomodándose en la sala. Un trabajo que confunde con gracia y creatividad -al menos en un principio- la representación y la puesta en escena (Pavis) estableciendo una tensión a la que no se puede ser indiferente, producto, al menos en parte, de su condición de profesora, es decir, de alguien dedicada a enseñar, a formar, a compartir un quehacer lleno de titubeos y de inseguridades, de distancias interpersonales y acercamientos sentimentales. Una obra hecha de retazos, camisetas de futbol 2022 de pedazos dejados esparcidos por ahí por la ciudad comunicacional de la que dice ser expresión y prolongación.

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