La luz blanca lo atraviesa, pero también esa luz lo ilumina desde abajo, desde el fondo de la ciudad que lo escupe, para lanzarlo paradójicamente hacia su exterior, hacia las redes de sus ruidos y ensoñaciones. Al final de esta preparación, en la que sentimos una desconcertante ambigüedad entre lo espectacular como representación convencional y lo que Richard Schechner ha llamado un texto performativo (Féral, 2004), deviene un silencio casi total que anticipa la aparición en pantalla de unos letreros que informan al público acerca del hecho histórico, al parecer nunca suficientemente probado, de la cruzada medieval llevada a cabo por niños y adolescentes de Francia y Alemania en el año de 1212. Niños y adolescentes, guiados por la idea de que lo que no habían podido hacer los adultos, pretendieron liberar la ciudad de Jerusalén de manos sarracenas, en cuanto dato atravesado por uno de los tantos desvaríos colectivos que suele insertar la historia y sobre todo la historiografía. La aparición de dichas fotografías es la primera entrada en la historia personal, no solo de los actores, sino de todo el equipo que ha participado en la representación: acá Macarena Baeza, Sara Pantoja y Daniel Gallo, allá Ramón López, Mario Costa y Carlos Espinoza por nombrar solo algunos.
Una personalidad que se mueve con soltura entre las directrices que significan la dirección teatral y el quehacer gestual y creativo de los actores, en cuyo mundo profesional ha sido ella misma formada, lo que le permite, pienso, la posibilidad de descentrar lo actoral de lo biográfico, lo representacional de lo performativo. Un trabajo que confunde con gracia y creatividad -al menos en un principio- la representación y la puesta en escena (Pavis) estableciendo una tensión a la que no se puede ser indiferente, producto, al menos en parte, de su condición de profesora, es decir, de alguien dedicada a enseñar, a formar, a compartir un quehacer lleno de titubeos y de inseguridades, de distancias interpersonales y acercamientos sentimentales. La memoria que es conducida hacia ese inicio de la obra en el que un juego de luces transversales y en movimiento rotatorio y horizontal indica la metáfora del niño botado, arrojado a la alcantarilla con el fin expreso de ser olvidado, borrado, aunque sin atreverse a ser muerto por aquellos que lo han vomitado. Lo inquiere, lo escudriña, lo desafía, logrando que más de alguno se revuelque en su asiento, para terminar, en pocas oportunidades, llorando por los ribetes melodramáticos que también la obra sabe poner en juego.
En fin, intento un trabajo crítico con aquello que Nelly Richard llamaría con el sentido y no sobre el sentido, llevándolo, como digo, al nivel de un espectador comprometido, cautivo, interesado; un productor simbólico que es capaz de manufacturar creativa y dialécticamente desde lo que el teatro le ofrece como espectáculo artístico, con la conjunción de la mirada constructora de teatralidad de la que él es capaz. Echando mano a la determinación conceptual de Pierre Baqué, para quien la investigación en artes -que yo extiendo al teatro- se diferencia entre una investigación sobre las artes, en cuyo caso el objeto de estudio existe, está allí a los ojos del investigador; de una segunda que él entiende como una investigación por las artes, la que concierne a aquellos que pertenecen al mundo del arte, más particularmente a la creación artística y finalmente de una investigación en artes que vincula las dos anteriores, me permito una mirada crítica, que imaginando un espectador desde la tercera definición, exponga sus sensaciones intelectuales, gatilladas por una puesta en escena como la que nos ocupa. Bahamonde, Farriol, Rodríguez-Plaza. «La bandera: creación e identidad en el arte chileno contemporáneo».
Cuadernos de la Escuela de Arte 1 (1996). Medio impreso. Así, sin más, la obra La cruzada de los niños -cuya puesta en escena le pertenece a un trabajo inserto en el marco del Laboratorio Teatral de la Escuela de Teatro de la Pontificia Universidad Católica de Chile bajo la dirección de Macarena Baeza de la Fuente y su texto a Marco Antonio de la Parra- nos plantea, desde el inicio, un entrecruzamiento consistente y abierto a distintas dimensiones de la cultura. Desde una sala de clases de la Escuela de Teatro de la Universidad Católica, hasta la sala Eugenio Dittborn del TEUC; desde Santiago de Chile a Taltal; desde Mendoza a Puebla y desde allí a Bruselas; viviendo, como es natural, unos cambios de público y unos movimientos de maniobras escenográficas para poder, justamente, deambular, sumándole un recambio no menor de actriz: de Manuela Martelli a Ignacia Agüero. Sigo para ello la estructura, no solo de la puesta en escena, sino también de los prolegómenos que se instalan mientras el público está llegando y acomodándose en la sala. Por medio de una investigación apoyada en una metodología compuesta de entrevistas, análisis de partidos y encuestas, se trata de dar respuesta a una serie de hipótesis planteadas en el mismo: Variación de publicidad entre los equipos a analizar (en base a cantidad monetaria, estatus y relación con patrocinadores), diferencia sobre cómo llevan a cabo el patrocinio de ambos clubes, (número de patrocinadores e inversión de los mismos) y desconocimiento de las personas ante la cantidad de publicidad que portan en sus camisetas deportivas.
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