Hablando de Messi aquí le dedicamos varias imágenes burlescas y con frases ocurrentes. Pero la niña no sólo hace referencia a su capacidad de venta, a sus evocaciones sentimentales (Carlos, su amiga Laura que come pizza a cambio de sus besos), sino también a las imágenes de niños perdidos impresas en cajas de leche. Pavis, Patrice. Teatro contemporáneo: imágenes y voces. Pero la animita se viste también de fútbol, de banderines, de insignias y de velas baratas y hasta de un frontis neoclásico; igualmente de botellas transparentes llenas de agua, de esa agua cristalina, que pese a los tratamientos que ha sufrido a través (nuevamente) de la historia y a pesar de los recipientes plásticos que aquí la contienen, sigue trayéndo-nos una cierta idea de lo ancestral, de la vida misma, tejida en este caso con lo cotidiano, con la muerte de Carlos, que es en definitiva a quien se evoca, se le ruega y se le exige. No, más bien una contorsión irónica, una figura retórica que le recuerda al público que ese signo nacional y compartido es, justamente, un emblema que nos une, pero que también nos divide y separa, hasta ahora, inexorablemente.
Cajas que viajan desde la empresa que traslada y encartona la leche, hasta la vida cotidiana de miles y quizás millones de personas; pasando por el almacén o el supermercado. El niño malherido sonríe y finalmente se duerme para despertar una y otra vez en la pesadilla de la vida misma convertida en teatro, en memoria y en historia desde estos modestos ademanes. La memoria que es conducida hacia ese inicio de la obra en el que un juego de luces transversales y en movimiento rotatorio y horizontal indica la metáfora del niño botado, arrojado a la alcantarilla con el fin expreso de ser olvidado, borrado, aunque sin atreverse a ser muerto por aquellos que lo han vomitado. Aunque los chistes nunca paran y estas fotos lo demuestran. Sigo para ello la estructura, no solo de la puesta en escena, sino también de los prolegómenos que se instalan mientras el público está llegando y acomodándose en la sala. Es decir, que se trata de la recepción en cuyo centro aparecen los horizontes de expectativa y de experiencia, en tanto reconstitución de las perspectivas que construye el público (estéticas, ideológicas, culturales) al ubicar el espectáculo en la evolución de la historia de tal disciplina, concibiéndolo como respuesta a un conjunto de preguntas aparecidas en todas las etapas de la realización de la escenificación, así como cargándola de una dimensión de gozo, cuyas estructuras más hondas se arman en la generación subjetiva, personal e universal (diría Kant) de significación.
Desde todo esto, La cruzada de los niños es, me parece, una puesta en obra de una dimensión fuerte de lo social-histórico, que ha sido definido, con no poca belleza, como «lo colectivo anónimo, lo humano impersonal que llena toda formación social dada, pero que también la engloba, que ciñe cada sociedad entre las demás y las inscribe a todas en una continuidad en la que de alguna manera están presentes los que ya son, los que quedan fuera e incluso los que están por nacer» (Castoriadis, 185). Todo ello, evidentemente desde el teatro, colocado en los ejes protagónicos de la inhalación de una sustancia, aparentemente barata, con la cual los cuatro protagonista se drogan, manteniéndose en una especie de limbo, y la profusa aparición de una bandera chilena, con lo cual la obra produce una filiación con las artes plásticas chilenas contemporáneas. Una personalidad que se mueve con soltura entre las directrices que significan la dirección teatral y el quehacer gestual y creativo de los actores, en cuyo mundo profesional ha sido ella misma formada, lo que le permite, pienso, la posibilidad de descentrar lo actoral de lo biográfico, lo representacional de lo performativo.
Después de una ardua recopilación y tabulación de datos les presentamos los resultados. Honestamente, nunca hemos visto alguien triste después de comerse una pupusa… Niño guacho, maltratado, burlado por el destino y unas condiciones de una sociedad que nada le dio y que él le devuelve con el gesto épico del paseo de la bandera chilena. Ni hablar del fútbol chileno que esta vez quedaron fuera del mundial. Bahamonde, Farriol, Rodríguez-Plaza. «La bandera: creación e identidad en el arte chileno contemporáneo». Mientras la actriz Manuela Martelli nombra allí mismo a los actores por sus nombres propios o sus chapas: Guille (que en realidad es José Manuel Aguirre), Pinilla de quien se dice su apellido (como en el colegio chileno en el que los varones solíamos -no sé cómo será ahora- llamarnos por el apellido), Dani que en realidad se llama Daniel Gallo. Y es en esta parte en que simultáneamente se produce un cierre de aquella performa-tividad y una apertura con la canción interpretada por Amapola Reyes y Martín Muñoz, quienes en vivo y con guitarra y bajo, vestidos con el uniforme escolar chileno, señalan el orden y las movilizaciones a las que de tiempo en tiempo nos conducen los chicos, que sin abandonar la moda, dejan sus estelas crudas de paso firme y decidido por los vericuetos de la realidad social y política.
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