La Cruzada De Los Niños: Memoria, Actualidad Y Guiños Históricos

El niño obrero es magistralmente personificado por Pinilla, el que al parecer es un animal del teatro, un chacal de la cultura diría Anita González. El niño malherido sonríe y finalmente se duerme para despertar una y otra vez en la pesadilla de la vida misma convertida en teatro, en memoria y en historia desde estos modestos ademanes. Un chiquillo, un personaje y un actor que parece mirar a través de unos cristales y de unas formas, que menos que oponerse a su vida laboral del menor de edad que trabaja descarnadamente como obrero, le permiten el sueño de la opacidad relativa del vidrio. Cajas que viajan desde la empresa que traslada y encartona la leche, hasta la vida cotidiana de miles y quizás millones de personas; pasando por el almacén o el supermercado. Se trata de un Dios mágico, al alcance de la mano, a quien se le ruega, pero también, a quien se le pide y se le exige desde un altar de carretera, desde una animita que se yuxtapone, se superpone y hasta se inserta en este mundo paralelo en el que se encuentran estos niños. Niños cristaleros contratados como mano de obra barata y menos conflicti-va desde el punto de vista de las reclamaciones salariales o de las condiciones de trabajo; lo cual no les impidió, en su momento, hacerse parte de las huelgas que regularmente estallaban debido a esas mismas condiciones de trabajo.

Así, sin más, la niña que se-vende, se instala en el centro de unas cajas adosadas a un muro gris, que en un juego múltiple de paneles giratorios, desmenuza el collage de los niños no encontrados, en donde no deja de resonar la macabra historia de los desaparecidos forzados por un régimen de terror que finalmente no supo hacer ni la guerra ni la paz. Chile de hace 30 años, resulta la historia más inmediata. Occidente hacia la pequeña, situada y local historia de este país ubicado literal y topográficamente en el fin del mundo. Botellas, flores, camelias, geranios, claveles, todo un espectro de pequeños dardos que son lanzados en el voceo diminuto de la niña, a la cara de los automovilistas, y lo que es peor, a los espectadores, como souvenir diríamos, como un traer a la memoria, pero también como la entrega de un presente, en este caso molesto, incómodo y hasta incomprensible.

De este modo el niño malherido dialoga con el expósito -y en mi mente con esta perrita- al plantearse este último la idea de haber sido tratado como un cachorro malparido. Y de pronto el expósito canta, se mueve, baila en una coreografía grupal, produciendo un primer destello de farándula en medio de la memoria, recordándonos de paso que la primera acepción que de farándula nos entrega el diccionario de la Real Academia Española, es justamente la de profesión y ambiente de los actores. Pinilla actúa dentro de la acción del trabajo actoral, evoca a su padre, a su patrón; transmite unos hechos trágicos y sociales con la voz del relator radiofónico de fútbol, acompañado del expósito que ha dejado de serlo. Vestido con la camiseta de un equipo de fútbol, se detiene para cantar en music hall o en rap en una amalgama tan propia del teatro y que hoy llamamos menos por consistencia teórica que por moda, post modernidad. Ella es una pequeña ramera (denominación medieval de la prostituta) de vestido diminuto y medias rojas por entremedio de las cuales se adivinan unas formas que apenas saben de intercambios sexuales, aunque sí del amor por el Carlos. La promesa es incrementar la tasa de conversión y maximizar las ventas que podamos tener en nuestra plataforma de pagos.

Atropellado por un tranvía mientras arrancaba de los carabineros que lo perseguían por su capacidad de convocatoria a la huelga, golpeado por un padre accidentado, olvidado por todos y solo recordado una vez muerto a través de los sueños y las flores que se le dejan en su animita. Permítaseme una nueva anécdota muy personal: la perra de mi hijo llamada Chiquitina, guacha por antonomasia, quiltra chilena, recogida de la calle, adoptada por el más banal, elocuente y gratuito cariño por los animales, dice cada vez que la tomo en brazos (a través de mi boca evidentemente): yo le decía hola padre, al que decía ser mi padre. El guacho malherido evoca a su vez a su padre y a su madre, a los que decían ser su padre y su madre, al Willy, al del labio leporino, a aquel que será también maltratado, quizás como una manera de expiar sus propios sufrimientos. Un trono, una reina, unos deseos que se exponen, se declaman, y son bruscamente desbaratados por el ¡ No lo sabemos, sólo puedo corroborar el éxito, los aplausos y hasta los llantos que suelen aparecer cada vez que se ha presentado en público.

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